sábado, 22 de febrero de 2014

FELISA MORENO ORTEGA: «He utilizado a María para contar el peor momento de mi vida.»

Nacida en Noguerones-Alcaudete (Jaén), es Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales. Colabora como articulista en el Diario de Jaén y con diversas publicaciones culturales. En el 2007 su primera novela “La asesina de ojos bondadosos” obtuvo el primer premio del  Certamen de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén. “El club de las palabras prohibidas” fue finalista en el certamen de novela juvenil de los Premios Literarios Jaén 2009, y con “Arrugas en la memoria” resultó finalista en los premios López Torrijos y Felipe Trigo. Con más de una treintena de publicaciones en antologías de relatos editadas en España y México, acaba de publicar La nieve en el almendro (El desván de la memoria, 2013).
    El sexo siempre vende y un buen título es fundamental para un libro, asegura Salvador. Comienzo por preguntarle por el ‘sexo’ en esta novela y por el título, ¿cómo llegó a él?
En esta novela tiene importancia el sexo como la tiene en la vida de las personas. No puede calificarse como erótica, ni mucho menos. Simplemente se trataba de abordar la vida de un chico adolescente enamorado de una mujer adulta, y a esa edad, el sexo está muy presente, es más, puede llegar a convertirse en una obsesión. También tiene cabida el sexo adulto, incluso el adúltero, pero siempre tratado con delicadeza, en ningún momento se cae en la pornografía.
Y hablando de títulos, esta novela es como una matrioska, esas muñecas rusas que están una dentro de otra, y, en realidad, tiene dos títulos. La parte que describe la adolescencia de Julián, el protagonista, escrita por Salvador, el camarero aprendiz de escritor, se titula Retazos de amor y sexo. Aquí se narra el despertar de un chico tanto emocional como físicamente a la edad adulta.
El título de La nieve en el almendro lo elegí una vez terminada la novela, ya había barajado otros distintos, pero ninguno me convencía. Hay un momento muy poético, cuando Julián ve a Macarena desnuda y compara su piel con los almendros floridos, que parecen estar nevados. Fue este párrafo el que me inspiró el título: “Al verla desnuda acudió a mi mente la imagen de un almendro nevado de flores, el único árbol que se atreve a desafiar al invierno, a florecer en el helado mes de enero, mientras el resto de las plantas permanecen aletargadas. Así era Macarena, como la nieve en el almendro, una nieve cálida, fabricada con pétalos de flores y capaz de iluminar la grisura que recubría mi vida”.
    Culpa, expiación y redención; tres palabras a lo Crimen y castigo de Tolstoi, quizá muy aventurado por mi parte.

Es cierto que esta novela está marcada por la culpa. Julián se siente responsable de un hecho trágico que ocurrió en su infancia y, durante toda su vida, ha tratado de expiar esa culpa. La forma que elige es aguantar a una mujer que no quiere soportar una existencia que no le satisface en absoluto. Cree que merece su triste existencia. Su abuela le inculcó el miedo al infierno y él quiere pagar en vida para evitar acabar allí. No es algo consciente, ni racional, simplemente se va dejando llevar por las circunstancias y, en vez de reaccionar, va aceptando cada revés de la vida como algo merecido.
La redención viene cuando su pasado se presenta en forma de mendiga, que es en lo que se ha convertido la mujer hermosa que amó de adolescente. Todo se trastoca, empieza a replantearse su vida y toma una decisión que a algunos les puede parecer mala, pero que yo considero que es liberadora.
    ¿Con la edad damos la impresión a los más jóvenes de que estamos de vuelta de todo? ¿Comparte eso de que los humanos florecemos muy pronto y nos marchitamos lentamente?
Yo creo que la impresión que les damos a los jóvenes es que no nos enteramos de nada. Y puede ser que lleven razón. Olvidamos muy pronto lo que significa ser adolescente, dejamos atrás los sueños juveniles con demasiada facilidad, nos obsesionamos por conseguir un trabajo que, en muchos casos, ni siquiera nos satisface. Nos centramos en acumular posesiones materiales y olvidamos lo verdaderamente importante: ser felices con las pequeñas cosas que nos ofrece la vida.
Nunca había pensado eso de florecer pronto y marchitarnos lentamente, puede ser, aunque prefiero pensar que no somos flores perecederas, que en cualquier momento podemos coger las riendas de nuestra vida y volver a florecer, aunque sea a base de abonarnos cada día. En mi caso creo ese momento de nueva floración llegó cuando empecé a escribir, sentí que rejuvenecía, que la escritura me podía sacar de la monotonía de una vida establecida, de ese lento marchitar.
    Una ambientación cuidada de los ‘70 al transitar entre las páginas nombres como: Sandokan, Marco, Jaimito, Torrebruno, Nino Bravo o los payasos de la tele; sin olvidar: el Cola Cao, el Tulipan, las Mirindas o el chicle Bazoka. Háblenos de ello.
Julián tiene más o menos mi edad y no es un hecho aleatorio. Yo quería reflejar los recuerdos de mi infancia. En mi memoria rondaban esos recuerdos, que fui centrando con la ayuda de internet, pues los hechos se desarrollan en 1978 y no quería equivocarme. También pedí ayuda a algunos amigos que  habían crecido en ciudades, para cerciorarme que la vida allí era tal como la describía, pues yo me he criado en un pueblo, y entonces las diferencias eran mayores que ahora.
Mientras me documentaba disfruté mucho, fue una forma de revivir una etapa de mi vida muy feliz.  Y pensé que a la gente de mi edad también podría gustarle estos guiños a esa época.
    Salvador nació en un pueblo de Jaén, de hecho se alude a Alcaudete, quería que nos comentases ese guiño ‘personal’ al lector.
Es una forma de agradecer el hecho de ser profeta en mi tierra. Mis primeros lectores son siempre mis paisanos. Introducir Alcaudete en la novela fue lo mejor que se me ocurrió para dar las gracias por el apoyo incondicional que siempre he recibido en mi pueblo. Por ejemplo, a la presentación de este libro acudieron más de cien personas.
Por otra parte, por mi trabajo en el Área de Desarrollo del Ayuntamiento de Alcaudete, estoy muy implicada en el desarrollo y promoción de mi localidad, es algo que llevo metido en las venas, y la literatura también es una forma de promoción. Salvando las distancias, Antonio Muñoz Molina hace algo parecido cuando sitúa la acción de algunas de sus novelas en Mágina, que todos sabemos que es Úbeda, su ciudad de nacimiento.
   También creo ver guiños a algunos autores como Monterroso o Jack London, no sé si son casuales; aunque en un párrafo he leído la descripción de Julián frente al espejo, ‘un hombre anodino… de los que pasan inadvertidos a los ojos de la mayoría…’; he pensado en la novela La asesina de ojos bondadosos al llegar a ‘Sería el perfecto asesino…’.
Monterroso es un autor de referencia en el relato corto, que es mi género favorito, la mención en la novela es un pequeño homenaje, fruto de mi admiración por él.
En cuanto a London, al nombrarlo quería poner de relieve que un escritor no necesita vivir una experiencia, ni haber estado en un lugar concreto para poder escribir sobre ello. Hay escritores obsesionados en los detalles, se preocupan tanto de la ambientación que olvidan que lo importante es crear historias, al menos desde mi punto de vista. Creo más en la intuición que en la documentación, eso no significa que esta última no sea necesaria, pero no debe convertirse en lo más importante de la novela. Para mí lo interesante es lo que pasa por la cabeza de los personajes, cómo ese medio físico en el que se desenvuelven les influye o les afecta.
La asesina de los ojos bondadosos es una novela distinta, podríamos encuadrarla dentro del género negro o policial, sí bien es cierto que hay un nexo común: también es la culpa la que lleva a Severina, condenada por asesinato, a tomar una decisión que condiciona el resto de su vida. Raquel, la periodista que investiga el asesinato de una madre y siete de sus hijos, trata de descubrir por qué una mujer de apariencia amable ha sido capaz de cometer un crimen tan atroz.
    ´Dicen que si sacas fuera  lo que te hace daño, el dolor disminuye’, comenta Julián.
Es algo de lo que estoy completamente segura. En el momento que verbalizas los problemas, los sentimientos de dolor, de culpa, de miedo…, pierden fuerza. Yo pasé por un hecho muy traumático y lo único que me ayudaba a superar el dolor era compartirlo con los demás, hablar de ello. Poco a poco, el dolor iba atenuándose, como si se fuera diluyendo. Aunque nunca olvidaré lo que pasó, ahora puedo hablar de ello sin emocionarme o ponerlo por escrito en una novela, algo que he hecho en esta: he utilizado a María, un personaje secundario, para contar el peor momento de mi vida. Aunque no he conseguido reflejar lo que sentí como hubiera querido. A veces me cuesta más describir lo vivido que lo imaginado.
    Salvador dice que al ser escritor ‘mi capacidad de observación está más desarrollada’, y que es parte de su ‘capacidad descubrir lo que está oculto bajo la piel’, ¿también opina lo mismo?
Sí, creo que es fundamental que el escritor logre desarrollar su empatía al máximo. Solo así podrá ponerse en la piel de sus personajes. Para ello, además de observar, es fundamental leer muchísimo. Los escritores, sobre todo los buenos escritores, nos pueden transmitir muchas sensaciones que, de otra forma, no podríamos vivir. Respecto a esta novela, algunos hombres me han preguntado cómo sé tanto de ellos, cómo he podido reflejar cosas tan íntimas que ellos creían solo suyas, pertenecientes a su intimidad. No hubiera sido capaz de hacerlo si no hubiera leído a muchos autores masculinos que han ido dejando en mi cabeza retazos de historias. Con ese material, más mi experiencia personal con amigos, familiares, etc., he conseguido construir el personaje de Julián.
    ¿Cuál es el papel de los personajes masculinos tan marcado frente al de los femeninos en esta novela?
Esta novela tiene su origen en un relato titulado “El olor de la miseria”, el protagonista era un hombre y cuando decidí convertirlo en novela lo mantuve así. Me lo planteé como un reto personal. En mi anterior novela, La asesina de los ojos bondadosos, las protagonistas eran dos mujeres, de diferente edad y condición social, pero pertenecientes al género femenino. En La nieve en el almendro los personajes masculinos acaparan el protagonismo: Julián niño, Julián adulto y Salvador, el camarero, son los más importantes, mientras que las mujeres existen a través de la visión que Julián tiene de ellas. Conocemos lo que sienten o piensan a través de sus palabras o de los recuerdos del propio Julián; por tanto, su imagen puede estar distorsionada.
Sobre todo, me interesaba mostrar de qué forma las distintas mujeres que habían pasado por la vida de Julián habían influido sobre él: Macarena, la madre de su mejor amigo de la que está enamorado; Matilde, su mujer; Mariela, la prostituta mulata a la que visita de vez en cuando, su abuela, su madre, su hermana, etc.
    De vuelta a la ambientación, me ha llamado con curiosidad el guiño a la democracia en tanto se menciona el referéndum de la Constitución Española de 1978.
Quería trasladar un recuerdo de mi infancia, en esa fecha yo tenía nueve años y pasaba mucho tiempo en casa de mi tía Cándida. Su suegro, que estuvo varios años en la cárcel durante el franquismo, estaba muy implicado en política y la casa estaba siempre llena de propaganda electoral, de sobres y papeletas. Fue así como tomé contacto con lo que significaba la democracia y la importancia que tenía poder decidir sobre nuestro futuro. Aunque, cuando pasaban las elecciones, mis primas, mi hermana y yo utilizábamos las papeletas para jugar a las maestras.
    A nadie le gusta que le restrieguen la miseria delante de sus caras’, piensa Julián.
¿Y no es así? ¿Cuántas veces hemos esquivado la mirada de un mendigo? Nos parece adecuado ejercer la caridad, pero a distancia, sin que se mezclen con nosotros. Apadrinamos niños, colaboramos con las ONGs, pero que no se nos cuele ningún inmigrante en el piso de al lado, que no se paren los mendigos en nuestro portal. A nadie le gusta darse de frente con la miseria.
    En el lirismo metafórico de esta novela creo sentir las cuatro estaciones, también los cuatro elementos bien identificados: el agua, la tierra, el aire (en forma de gas) y el fuego.
La novela transcurre en otoño e invierno, lo escogí así porque me parecía que eran las estaciones que mejor ambientaban esta historia, pues no puedo negar que es un poco triste. Aunque podríamos decir que Julián adolescente está en la primavera de su vida cuando conoce a Macarena. Las flores del almendro, que simulan la nieve, aparecen de forma recurrente en la novela. Estos árboles florecen en lo más crudo del invierno, como el amor de Julián por Macarena, que es algo hermoso en un barrio pobre y gris.
Por otro lado, en mi novela utilizo el ciclo del agua como una metáfora de la vida de Julián. En el momento actual, tiene más de cuarenta años y su vida está congelada. Nada parece afectarle, sobrelleva un matrimonio desgraciado sin quejarse, se conforma con seguir vivo. La aparición de la mendiga, su antiguo amor de adolescencia, provoca que el agua empiece a descongelarse. Finalmente, Julián consigue liberarse de sus ataduras, ya es un gas, que se expande libre.
El fuego podemos identificarlo en el infierno que la abuela de Julián se empeña en describir una y otra vez al chico. O en la cabellera roja de Macarena. O en el ardor juvenil de Julián.
La tierra está en reflejada en el barrio obrero donde se desarrolla su infancia, o en el bar, su refugio, el único lugar donde consigue sentirse a salvo.
    ¿Cuánto tiempo le ha llevado escribir esta novela y, sobre todo, si la ha escrito de continuo o por el contrario ha dormido entremedias de otras el sueño de los justos, como esperando madurar a la primavera de su finalización?
He necesitado más de tres años para finalizarla. En ese tiempo ha habido muchos abandonos, algunos que yo pensaba definitivos, pero la historia me atraía demasiado y eso me ha ayudado a superar todas mis dudas e inseguridades. Hay momentos en que una novela te pide un descanso o un cambio. En La nieve en el almendro he dudado mucho sobre el tiempo verbal que debía utilizar (pasado o presente) y si narrar en primera o en tercera persona. He cambiado varias veces de opinión, lo que me ha llevado a tener que corregir para, después, volver a la idea inicial. Ha sido mucho trabajo hasta encontrarme a gusto en la narración de la historia. Es la trastienda de la escritura, el lector no debe preocuparse por eso, somos los escritores los que debemos utilizar todas las herramientas a nuestro alcance para que la lectura sea un placer.
    En La nieve en el almendro cobra una especial trascendencia la palabra escrita, por la novela dentro de la novela, pero ¿también la narración oral, los testimonios de los personajes que la vertebran?

Yo necesitaba contar la infancia de Julián con libertad, sin sentirme presionada porque hubiera discordancias entre la edad del que relata y las expresiones que utiliza. Por eso decidí utilizar a Salvador como narrador. Él es un escritor novato, se puede permitir el lujo de escribir lo que le dé la gana. El lector no me puede recriminar nada, pues los errores que haya son de Salvador, no míos, incluso puede que sean premeditados. ¿Por qué no? También era una forma de hacer un homenaje a todos esos escritores que, como yo, tratamos de abrirnos camino en el sector literario, que tiene demasiadas barreras de entrada.
Por otro lado, pienso que los personajes se describen a sí mismos por lo que dicen y cómo lo dicen. No me gustan las descripciones demasiado largas, no se trata de contar, sino de mostrar al lector cómo son esos personajes, con sus acciones y con sus palabras. Por eso le presto una atención especial a los diálogos.

Muchas gracias y mucha suerte, Felisa.

Gracias por la entrevista, me ha parecido original y me ha hecho reflexionar sobre cuestiones que se plantean en mi novela.

    Podéis saber más sobre la autora en su web:  www.felisamoreno.com
La nieve en el almendro puede adquirirse por 12 euros (sin gastos de envío adicionales) enviando un correo a info@editorialeldesvan.com. Además, se incluye como regalo una original libreta de notas y si hacéis referencia a esta entrevista en Maleta de libros recibirás un regalo adicional

lunes, 17 de febrero de 2014

BULEVAR, de Javier Sáez de Ibarra

Sáez de Ibarra acaba de publicar el libro ‘Bulevar’. Ya en su ‘Defensa’ advierte al lector que este ‘Bulevar es un libro roto’. Nos damos cuenta de ello ya al hojear, distraídos el libro, en ese centro virtuoso de sus páginas. El argumento ‘desnudo’ de estas dieciséis piezas nos sale al paso de forma sutil y poderosa. Narraciones que nos seducen tanto por el lenguaje, sencillo y directo, como por su estética. En una de sus calles, en un cruce, nos convertimos en viandantes de excepción frente a personajes cotidianos, a sus decisiones o intenciones a modo de confidencias vecinales. En otras, notaremos que alguien observa, acecha, a una joven con su perro, a una mujer en el supermercado, o a la mujer de su amigo como favor personal. Y el bulevar se amplía más allá del realismo carveriano con las sugerencias plásticas de ‘Una historia relevante’ o ‘Enciclopedia occidental’. Acaso no es accidental que este bulevar acabe en la frase: ‘En efecto, pronto amanecerá.’

Hay una sensación final, al menos en mi caso, de llegar tras cada pieza a un silencio parecido al que se escucha tras un grito, a modo de elipsis final, hacia la metáfora, ‘la esencia de la literatura’ para Sáez de Ibarra como nos indica también en su Defensa, aunque aquí yo lo añada torpemente a modo de ‘versión extendida’.

Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961). Trabaja como profesor de Lengua y Literatura en un instituto. Ha publicado el poemario ‘Motivos’ (2006) y los libros de cuentos ‘El lector de Spinoza’ (Páginas de Espuma, 2004) y ‘Propuesta imposible’ (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos han aparecido en las antologías más recientes de cuentistas en castellano y han sido  traducidos al inglés. Además, su obra ‘Mirar al agua. Cuentos plásticos’ (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.

Por Ginés J. Vera

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL DIARIO DE RON, de Hunter S. Thompson

Hay muchos motivos para leer un libro y cada uno tendrá el suyo, pero uno en el que coincidimos bastantes, creo yo, es el simple o no tan simple hecho de que alguien te cuente algo en confianza. Y esto, señores, Hunter S. Thompson lo hace de perlas. Uno llega a sentirse su colega, y ya sabemos que de un buen colega te interesa casi cualquier cosa que te cuente.

Con esta personal forma de contar, Hunter –me permito llamarle así, somos colegas–, creó en los años sesenta el periodismo Gonzo, un estilo de reportaje en el que el periodista se convierte en parte importante de la historia y en el que realidad y ficción se confunden. Especialmente sonado fue su artículo sobre los Ángeles del Infierno, la banda de moteros con los que convivió y viajó durante un año.

El diario del ron, o como dice su protagonista: “las aventuras de Paul Kemp, el Periodista Borracho”, la escribió en Puerto Rico, donde está ambientada, en 1960, aunque no fue publicada hasta 1998, cuando Johnny Depp, otro colega del autor, descubrió accidentalmente el manuscrito en una de sus visitas al rancho de Hunter en Colorado. No sólo tomaron la decisión de publicarla sino también de adaptarla al cine. El propio Depp fue el protagonista de la cinta algunos años más tarde, como ya lo había sido de una película basada en otro libro de Hunter, el titulado Miedo y asco en Las Vegas.

“Por mucho que deseara con vehemencia todas aquellas cosas para las cuales se necesita dinero, había una especie de corriente diabólica que me empujaba en otra dirección…, hacia la anarquía y la pobreza y la locura. Hacia ese delirio enloquecedor que sostiene que un hombre puede llevar una vida decente sin alquilarse a sí mismo como un mercenario”. Este fragmento de la novela bien podría servir de tarjeta de presentación de Paul Kemp, álter ego de Hunter, un espíritu libre.

Otro fragmento que me dio que pensar, quizás por identificación, y que sienta las bases de una manera de vivir, es aquel en el que reconoce los riesgos de sus decisiones, siendo consciente al mismo tiempo de que para él no hay elección, puesto que de otro modo no encontraría sentido a su vida: “Y era esta tensión entre ambos polos –un inquieto idealismo, por una parte, y un sentido de inminente perdición, por otra– lo que me mantenía en el camino”. Hunter acabó con su vida de un disparo en la cabeza a los 67 años. Puede que para entonces, después de no pocos excesos, su cuerpo no le permitiera asumir los riesgos que el bueno de Hunter necesitaba para sobrevivir.

Quedémonos con la ilustración de la portada, realizada a partir de una foto de Hunter con 23 años, en Puerto Rico, posiblemente escribiendo El diario del ron, un momento antes de levantar la vista y decir: «Ey, Ricardo, colega, ¿otro par de copas?».

Por Ricardo Guadalupe.

lunes, 10 de febrero de 2014

CARMEN AMORAGA: "Si la novela te atrapa todo lo demás se puede perdonar".

Entrevisto esta semana a la escritora valenciana Carmen Amoraga, recientemente galardonada con el premio Nadal de Novela 2014 con La vida era eso. Su primera novela, Para que nada se pierda, le valió el II Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla, al que siguieron La larga noche (Premio de la Crítica Valenciana), Todas las caricias, Algo tan parecido al amor (que fue finalista del Premio Nadal de Novela 2007) y El tiempo mientras tanto (finalista del Planeta 2010). También ha publicado su recopilación de artículos en prensa Palabras más, palabras menos en 2006 y Todo lo que no te contarán sobre la maternidad (2009).

¿Qué ha sido lo más difícil a la hora de escribir esta novela?

Encontrar una distancia en la que yo me sintiera cómoda entre la persona que inspiró la novela y el personaje que iba tomando vida propia. Construí el personaje de Giuliana muy diferente a la personalidad de Bibiana, y el personaje de William todo lo diferente que yo recordaba de Walter que fueron las personas inspiradoras de la novela.
La novela empezó a tomar su propio ritmo, y yo al principio tenía un poco de miedo de que a las personas que la inspiraron no se sintieran de todo cómodas. Cuando a Bibiana le pedí permiso y me lo concedió, le di los capítulos para que se los leyese; ella no me decía nada, hasta que un día le pregunté y me dijo: mira, es que no me la puedo leer. La primera parte es más fiel a la realidad y le producía mucho dolor. Le dije: no te preocupes, y fui contándosela y le pareció bien aunque no se lo hubiera leído. Lo más difícil fue encontrar esa distancia.

Como lectora, ¿qué cree que tienen en común sus novelas precedentes con La vida era eso, merecedora del Premio Nadal 2014?

Que son historias cotidianas, de personajes cotidianos con los cueles empatizas mucho, creo que eso y el lenguaje directo, mas la intimidad que genera entre el lector y el personaje, creo que es lo que más caracteriza a mis novelas. Un lector mío habitual que lea esta novela tapada yo creo que lo reconocería.

Ha sido miembro del jurado de algunos certámenes literarios, ¿qué es lo que ha valorado en ese momento al leer una obra?

Lo que valoro, en primer lugar, es que la historia me atrape, que el lenguaje me envuelva, y que la novela se desarrolle con coherencia. Y que los personajes tengan una personalidad marcada; luego hay errores que se pueden pasar por alto, porque yo entiendo que las novelas se trabajan hasta que se publican, no solo cuando se pone el punto final se ha acabado. Porque estás muy próxima a la historia y hay cosas que no ves. Sobre todo eso. Si la novela te atrapa todo lo demás se puede perdonar.

¿Cómo cree que nos has afectado la irrupción de las nuevas tecnologías de la información, las redes sociales, en la forma de comunicarnos y, por otra parte, en nuestros hábitos de lectura?

A nuestra forma de comunicarnos la ha facilitado. Ha facilitado la comunicación entre personas que están en distintos lugares del mundo, y en distintos momentos horarios, porque cuando te comunicas a través de las redes sociales todo pasa aquí y todo pasa ahora. Han hecho universal el tráfico de la información y de la opinión, y eso nos beneficia a todos porque la comunicación tienen un emisor y un receptor, y tan responsable es el que emite como el que recibe. Nos ha hecho ponernos las pilas a todos como receptores de información y de opinión, nosotros tenemos que poner los filtros, no todo lo que llega nos tiene que merecer el mismo valor, el mismo respeto sí, pero la misma opinión no, la misma credibilidad no. Tenemos que ser nosotros los que pongamos ese filtro, creo que nos está enseñando a todos a ser receptores de esa información y esa comunicación, qué intimidad mostramos. Las nuevas tecnologías son una herramienta, no es ni buena ni mala, es el uso que nosotros le demos a esa herramienta.

A los hábitos de lectura, nos facilita la compra de libros. Ahora, si nos descargamos libros ilegalmente la culpa no es de la herramienta, es nuestra; somos pequeños delincuentes o grandes delincuentes. No se nos ocurriría raptar a un médico, llevárnoslo a nuestra casa, y decirle: aquí está mi mujer que está enferma, valórela usted; y luego, le devolvemos a su lugar de origen. Nos permitimos una licencia con la ley en nuestra relación con la cultura que no nos la permitimos en otros aspectos o servicios. Es verdad que el IVA cultural es una falta de respeto. Los delitos culturales son una falta de respeto a los creadores culturales, pero el IVA cultural es una falta de respeto a los creadores y a los usuarios. Y que bajo ese elevadísimo IVA cultural se esconde una presunción de hacer ciudadanos de distintas categorías

Ha dicho en alguna ocasión que leer y escribir tienen efectos terapéuticos, en su caso, ¿hay algún autor o lectura recurrente a los que acuda de forma terapéutica?

Al que recurra de forma habitual, no. Hay libros que en momentos determinado de mi vida me han ayudado mucho. Yo me acuerdo especialmente de cuando tuve a mi primera hija, que tenía un sueño que me moría durante años; para mí leer era un esfuerzo tremendo, además tenía un trabajo que me obligaba a leer bastante por obligación, y recuerdo haber leído en aquella época ‘Saber perder’ de David Trueba, que me reconcilio con la vida y con la literatura y que tuvo un gran efecto terapéutico en mi.

¿Qué parte de Giuliana hay en Carmen Amoraga y viceversa?

Giuliana es un personaje de ficción, cuando estás escribiendo te mimetizas con los personajes; yo creo que Giuliana, William, Santiago, María, cualquier personaje que está en la novela tiene muchas cosas de mi y de otras personas que están delante de mí. Y  tienen muchos aspectos universales.

Háblenos del feed back con sus lectores a través de las redes sociales, ¿qué destaca y qué echa de menos?


Hasta ahora el contacto que tenía con mis lectores era que venían a las firmas de libros o se tomaban la molestia de mandar una carta a la editorial que luego la editorial me mandaba a mí, con las redes sociales esta relación es como cualquier otra relación: es intensa rápida, en mi caso es cercana. Y para mi es muy gratificante. Yo no echo de menos nada y todo me parece bien porque con esta novela en concreto que acaba de salir, estoy recibiendo multitud de mensajes muy positivos respecto a la novela. Dicen que el primer fin de semana de recaudación de una película da el tono, pues el tono que me está dando es muy bueno. En Facebook las personas que están en mi Facebook son personas que yo he aceptado, que son amigas mías, que solemos interactuar; pero Twitter es abierto, no hace falta que yo autorice, bueno si se puede bloquear, pero en principio yo esa herramienta no la utilizo, y todo lo que me ha llegado ha sido muy bueno; estoy muy contenta.

Muchas gracias y mucha suerte Carmen.

Por Ginés J. Vera

lunes, 3 de febrero de 2014

Carlos Meneses Nebot: « Si no extrajera mis temores, manías, obsesiones hacia afuera, probablemente enloquecería».

Carlos Meneses Nebot (Palma, 1969), hijo del también escritor Carlos Meneses,  ha publicado un nuevo libro de relatos El día que murió Amy Winehose. Reside en Palma de Mallorca donde trabaja de acomodador de cine y colabora en el periódico Última hora. Autor de cinco novelas: Último asalto, Deltoides, Chop suey de pollo (Finalista del Premio Nuevos Narradores Ópera Prima), No te lamentes tanto, Carlitos  y El último trabajo de Germán Cárdenas, lo es además de los libros de relatos: Vuélate la tapa de los sesos, El sombrero del innombrable y Natalia y otros relatos.


Leo en su biografía de la editorial que trabaja en un cine, en Palma, ¿hasta qué punto el cine y la literatura se han unido para decidir escribir este El día que murió Amy Winehose?

Pues siendo sincero el mundo del cine no ha tenido en absoluto que ver en la creación de este libro.  Es curioso porque muchas veces gente que me ha leído me indica que soy “muy cinematográfico”.  Pero, supongo, que sucede como en casa del herrero: cuchara de palo. Apenas veo películas, por no decir ninguna.

‘No sabemos qué hacer para que el tiempo pase de una vez por todas’, dice Amy, pero creo que también lo compartirían los protagonistas de las otras cinco historias.

Sí, seguramente esta frase sería compartida por la mayoría de protagonistas de los relatos.  Individuos que viven tal vez al límite, tal vez quemados por sus circunstancias, tal vez inundados de una desidia que ha sido producida por sus constantes flirteos con la autodestrucción. Algo que todos en menor o mayor potencia poseemos. Evidentemente en mis relatos los personajes los poseen en alto grado.

¿Por qué eligió precisamente a estos personajes, a los que dedica cada relato, para conformar este libro?

Digamos que en el caso de Amy Winehouse es por la veneración que sentía por ella la que era mi pareja sentimental y que, lamentablemente, también falleció.  Al morir ella la fascinación que tenía por Amy Winehouse fue mimetizada por mí, tal vez como un homenaje/guiño a ella misma, a la Winehouse, o a ambas.  En el caso de Bukowski es sencillamente porque fue el primer escritor que me cautivó y, de tanto en tanto, sigo recurriendo a él.  Sobre todo cuando estoy indeciso con algo: “Hey, Hank (le pregunto invariablemente a su alter ego: Henry Chinaski), ¿por dónde tiro ahora?”.  Generalmente me fija la mirada y tras unos segundos eternos me responde: “Primero tómate una copa, luego ya hablaremos”. Fante, en todo caso, pertenece a mi mundo treintañero, sin embargo irrumpió con tanta fuerza como Bukowski en mi adolescencia.

Hábleme de la banda sonora de los relatos de El día que murió Amy Winehose más allá de las Ronettes o Carlinhos Brown, que si se mencionan en un par.

Las Ronettes vendría a ser un guiño a Amy. Si no voy desencaminado, si la prensa se atuvo a lo que ella decía, eran su grupo favorito.  Carlinhos Brown es fresco y cálido, tal vez nadie que me conozca pudiera relacionarme con ese tipo de estilo musical pero a mí me suscita mucho sentimiento.  Si he de reseñar qué música me acompañó durante la creación de este libro señalaría dos estilos totalmente distantes: el ska y la rumba catalana.  Soy adicto a ambos.

En el relato que dedica a Bukowski vemos que éste se encuentra bien acompañado, casi con un guiño aparte a John Fante; quizá sea el más onírico de todos, si me lo permite.

Fante murió tras ser redescubierto por Bukowski. Me pareció inevitable entremezclarlos. Puede que sí, que sea el más onírico, tal vez porque su enfermedad le llevó a ser cortado a cachitos y yo esta desgracia la trato de una manera simbólica. En mi relato trato de dar a ese personaje un toque surrealista en base a sus amputaciones.

Quiero destacar el lenguaje descarnado, ese vocabulario hiperrealista, coloquial, con profusión de jerga en ocasiones.

Siempre he tratado de narrar coloquialmente, no poner obstáculos al posible lector. Desde mi punto de vista es importante que el narrador sea accesible. No adornarse en exceso y agilizar la historia. Lo peor de todo es aburrir y siempre parto de esta premisa y procuro no alejarme de ella. El argot es algo natural en mis escritos puesto que hablo de gente normal y corriente, gente que vive en barrios obreros, gente que te encuentras en la pescadería o en la charcutería. Tomando un tinto en el bar de la esquina o una hamburguesa doble en tugurio del otro lado de la calle. Para mí “deben” hablar así.

‘Los escritores tienen derecho a todo’, pone en boca de Kerouac; cómo escritor, ¿está de acuerdo con ello?

Aquí podría surgir controversia. Evidentemente no, no tienen derecho a todo. Pero sí se puede sugerir, cambiar una historia real y reconvertirla en algo también “real” aunque sea una ficción, aunque sea algo inspirado en un tema extraído del mundo de a pie. En ocasiones, conviene tenerlo en cuenta para no ofender a nadie. Algo que, por otra parte, es relativamente sencillo.

Palpita la parte inconsciente de los personajes y sus motivaciones, me preguntaba si este inconsciente es el que impulsa al escritor a escribir, si es el que se revela frente a la monótona realidad, creando otra/s.

Yo no sabría muy bien explicar el por qué de escribir. Más aún, porqué escribo yo. Cuando me dicen: “bueno, haces lo que te gusta”, enfurezco. No, no hago lo que me gusta, lo hago por necesidad. Hay un impulso generado desde tus adentros que te “obliga” a escribir. Lo digo en mi caso, por supuesto.  Porque si no lo hiciera, porque si no extrajera mis temores, manías, obsesiones hacia afuera, probablemente enloquecería. No digo que sea sano enfocarlo desde este prisma, pero he aceptado esta condición como algo natural.

Drogas, alcohol, violencia física y verbal, y un descenso tortuoso parecen golpear al lector en estos seis combates, provocándole a reflexionar con cada uno.

Siempre resalto que yo no trato de “decir” nada a nadie. Escribo lo que me sale, lo que me corroe, sin meditaciones, porque es lo que en ese momento puede que me preocupe o me inquiete. Me altere o me fascine. No hay una lectura moral o, al menos, no la debería haber, en lo que yo narro. No se me llena la boca diciendo que trato de enviar un mensaje social o tal o pascual. No.  Sólo trato de escribir, primero para mí y, luego, si es posible, para alguien más. Si no gusta tan amigos. No pasa nada. En todo caso, para gustos colores.

Me ha llamado la atención también los personajes secundarios, por una parte destaco esas mujeres rumanas pidiendo a las puertas de un Mercadona; también el color blanco, aunque suene extravagante.

Bueno, trato de dotar a los relatos pinceladas de cruda realidad, detalles nimios pero que apoyan a la narración. Lo de una mujer rumana pidiendo limosna a las puertas de un supermercado es algo que lo vemos cotidiano, a lo que ya no prestamos atención porque nuestros ojos se han acostumbrado a esa ya típica escena. Pero ahí están, mostrándonos una realidad implacable. ¿El blanco? Siempre me ha gustado el blanco, lo veo un símbolo de pureza del que nos vamos alejando a medida que los años nos corrompen. En todo caso, no debería gustarme tanto porque yo soy del Barça y no del Madrid.

‘Siempre admiras lo que no posees, aunque te lo niegues a ti mismo’, leo en Grogui, coméntenos esta frase.

Yo siempre he sido un “gran envidioso”. Por ejemplo, envidio la espontaneidad, calidez y atrevimiento del cubano Pedro Juan Gutiérrez, algo que yo sé que nunca poseeré. Al menos en su forma de transmitir. Admiro “la decadencia” de Amy Winehouse porque siempre me ha atraído ese personaje que lo tiene todo y, sin embargo, lo lanza por el agujero del váter. En el caso del protagonista de Grogui, se da la circunstancia de que es un boxeador con clase, con talento, hábil y elegante. Pero, no obstante, le invade el pánico en el ring y admira lo que otro boxeador, la antítesis de él, posee: esfuerzo, tesón, sufrimiento.

Rememorando el relato ‘Paseando por Angel´s Flight’, evocando la imagen de ‘la risa del truhán beodo de Bukowski’, me atrevo a preguntarle si tuviera que elegir una imagen, un fotograma entre todos los que emergen de estos relatos, ¿cuál elegiría como representativa?

Elegiría a la chica que camina de espaldas por las calles. La veo etérea, vestida de blanco, mirada perdida, caminando de espaldas con seguridad y aplomo, pero de espaldas. Como peleando a la contra. 

Un pensamiento de Celso, en Caminando de espaldas, es: ‘No había más que encontrar al interlocutor apropiado’; ¿diría que los escritores transmiten sus historias a la espera de encontrar al lector apropiado?


Sospecho que sí, que no es fácil encontrar alguien que digiera lo que uno escribe. Siempre hay una traba, una pequeña duda (o una gran duda) en lo que transmites. Pero soy de los que piensa que debe ser así. Me he hartado de ver a escritores que se doran la píldora los unos a los otros sin haber leído un solo párrafo. Y lectores que se hincan de rodillas como si lo que “ha dicho” el autor de turno fuera a misa, fueran dogmas de fe, sin analizar lo dicho. No. Eso no lo aguanto.

Muchas gracias y mucha suerte, Carlos.

Por Ginés J. Vera